sábado, 16 de enero de 2010

Llueve. Las gotas chocan contra el asfalto que recubre esta gran ciudad. De mis dedos colgaba un desgastado cigarro del que pocas caladas había saboreado. Observo tu casa, tu luz aún prendida, tu rostro desvelado frente al cristal. Aquí una se muere de frío. Ahí dentro el calor mata por dentro. Ni siquiera las pocas caladas que le quedan a mi amargo tabaco llenan mi vacío gélido. Tampoco el vacío existencial de tus besos, de tus sábanas cálidas en noches de invierno. Tampoco los sentimientos que desprendían mis poros al verte a ti frente a mi puerta , con las esperanzas por los tobillos y la dignidad a la altura de tus zapatos. Nada queda de esa sensación. Ni siquiera tu voz susurrante al viento.

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